Samaín era la festividad de origen celta más importante del período pagano en Europa. Eso nos cuenta Wikipedia, y nosotras no somos quién para llevarle la contraria 🙂
El calendario celta dividía el año en dos partes, la mitad oscura (nuestra prefe sin duda) comenzaba en el mes de Samonios (octubre-noviembre), y la mitad clara, a partir del mes de Giamonios (abril-mayo).
Se consideraba que el año nuevo empezaba con la mitad oscura (ja! Ya te dijimos que la oscura molaba más). Así, en la noche del 31 de octubre al 1 de noviembre (no queda na’ de na’) se celebraba el «Año Nuevo Celta», que coincidía además con la de celebración del final de la temporada de cosechas. Osea, como os podéis imaginar, noche de juerga asegurada!
Se dice que la mitología celta fue la que implantó la Fiesta de los Muertos (muy fans nosotras). En la víspera de noviembre las hadas podían tomar maridos mortales (toma ya) y se abrían todas las grutas donde vivían para que cualquiera que fuese lo suficientemente valiente (o llevase unos cuantos licores cafeses de más) pudiera entrar y admirar sus palacios llenos de tesoros (telita fina). Pero eran pocos los mortales que se aventuraban voluntariamente en aquel reino encantado (normal, ¿no?).
La festividad celta se describe como una comunión con los espíritus de los difuntos que, en esta fecha, tenían autorización para caminar entre los vivos. Es decir, se abrían las puertas al mundo de los muertos, y estos podían venir a tomar un cafecito con nosotros. De lo más normal todo, vamos. Pero ojito, porque como todo el mundo sabe, hay espíritus buenos bastante molones y algunos malos y rabudos.
Así que para mantener a los espíritus guachis contentos y alejar a los malos de sus hogares, la gente dejaba comida fuera de sus casas. Qué mejor que un buen cocido calentito para que ese espíritu con mala baba se entretenga en tu jardín y te deje tener la fiesta en paz. Y que me decís de poner en la puerta de tu casa tremendo bocata de calamares para que tu colega fantasma se una a la party con el estómago lleno. Que otra cosa no, pero los gallegos de “enchela panza” vamos sobrados. ¡Que se lo digan a Casper!
Y esta tradición se convirtió en lo que hoy veis en las pelis de miedo miedísimo: niños recolectando chuches como si no hubiese un mañana. Que oye, está muy bien. Pero como a los espíritus malitos se les dé por ser de salado, las únicas que se salvan somos nosotras, que tenemos cargamentos de pelotazos en nuestra despensa como para alimentar a todo un regimiento de zombies hambrientos.
Bueno, seguimos con la historia, que nos vamos por las ramas…
Como sabéis, con la expansión del cristianismo tristemente se destruyeron cantidad de monumentos, tradiciones y parte de la cultura celta. Fue la época de sometimiento de los pueblos libres paganos, que eran convertidos al cristianismo demonizando sus creencias y adoptando sus festivales. Osea, lo que no me mola te lo prohíbo, pero lo que me mola lo adapto y me lo quedo pa’ mi. Así, el de Samaín se convirtió en el día de Todos los Santos cristiano, de donde deriva el nombre inglés de Halloween (y su fiesta de los muertos). Así que, de nada amigos de enfrente 😉
Fue Rafael López Loureiro, maestro en Cedeira, el que redescubrió esta tradición Gallega bastante olvidada. Muchas gracias mister, porque ahora somos cada vez más los que celebramos este día. Una noche en la que los muertos vagan por nuestras calles, lo oscuro renace, y cualquier cosa puede pasar… Todos a disfrutar del Samaín !!!
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